--Un gobierno de coalición como alternativa ante eventual anulación de las elecciones
El riesgo de elecciones extraordinarias en Michoacán no es algo deseable y quizá ni conveniente. A muy pocos agrada la idea de ir nuevamente a una contienda electoral en medio de una crisis sanitaria, con problemas serios de inseguridad y una decadente situación económica. Pero tampoco conviene el arribo de un gobernador marcado por la intervención de grupos al margen de la ley y la amenaza latente del yugo fáctico.
Lo que hoy acontece en Michoacán no es deseable, pero tampoco nuevo. Por lo menos en los últimos 40 años, la entidad ha sido un laboratorio político de la federación. Desde 1988, cuando por primera vez fue derrotado estrepitosamente el PRI, en la entidad se han registrado procesos electorales complejos y, en algunos casos, marcados por la violencia extrema.
Justamente en 1988, el gobernador Luis Martínez Villicaña fue removido por órdenes de Carlos Salinas de Gortari. Entonces asumió la gubernatura Jaime Genovevo Figueroa Zamudio, quien se desempeñaba como secretario de Gobierno y estaba en el ánimo del Presidente de la República por haber sido aliado de Elí de Gortari, cuando el tío de Salinas era rector de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
Durante los cuatro años del gobierno interino del oftalmólogo Figueroa, las decisiones más importantes de Michoacán se tomaban en Los Pinos o Bucareli. El secretario de Gobernación en turno era el consultor favorito del gobernador.
Ya en los 90s, se vivieron procesos electorales muy complejos; varios comicios dejaron muertos por todo el territorio michoacano. La disputa por los cargos enlutó muchos hogares y nació así una gran rivalidad entre el PRI y el PRD. Fueron momentos de odio irreconciliable entre militantes y dirigentes de los dos partidos políticos. El PAN, prácticamente desapareció en aquellos tiempos.
Vinieron las elecciones de 1992 y 1995; ambas contiendas las perdió Cristóbal Arias Solís; en la primera disputa por la gubernatura, el oriundo de Churumuco encabezó movilizaciones extraordinariamente ruidosas. Utilizaron a policías de Ayuntamientos perredistas para bloquear el Congreso del Estado durante meses. De triste memoria es aquella balacera protagonizada la noche del 15 de septiembre cuando genízaros dispararon sus armas al aire.
La calma volvió cuando el electo Eduardo Villaseñor Peña solicitó licencia al Congreso del Estado. Fue designado gobernador interino Ausencio Chávez Hernández, quien ejerció el poder durante 4 años.
Ausencio le dio estabilidad a Michoacán y desde Palacio de Gobierno le regresó al PRI los triunfos electorales. Chávez Hernández posibilitó que el Partido Revolucionario Institucional ganara la gubernatura con Víctor Manuel Tinoco Rubí, quien hizo una administración de muy grata memoria para los michoacanos.
En 2002, Lázaro Cárdenas Batel ganó para el PRD el primer gobierno de oposición al PRI en Michoacán. No hubo mayores contratiempos en la transición. El PRD refrendó su triunfo en 2008 con Leonel Godoy Rangel, quien tiñó su gobierno con peleas constantes con Felipe Calderón, entonces Presidente de México. En su administración, la historia de Michoacán se tatuó con la sangre de los granadazos del 15 de septiembre de 2008 y otros eventos violentos.
El mal gobierno de Godoy facilitó el regreso del PRI a la gubernatura, pero Fausto Vallejo Figueroa vivió momentos muy difíciles porque su elección fue impugnada por el PAN, quien llevaba como abanderada a Luisa María Calderón Hinojosa, la hermana del Presidente de la República.
El acenso al poder no fue fácil para Fausto Vallejo. También tuvo desencuentros con el Presidente Calderón, aunque fueron menos evidentes porque el exalcalde de Morelia se alineó a las decisiones centrales. Después vinieron sus problemas de salud y la inestabilidad de Michoacán por la intervención del Gobierno Peñista que pactó, a través de Alfredo Castillo, con grupos criminales y, además, tomó por asalto la Administración Pública estatal, en uno de los episodios más desastrosos para esta entidad.
Silvano ganó la gubernatura porque fue un buen candidato y agrupó a todas las fuerzas del PRD. Pero, otra vez, los desencuentros entre un gobernador y el Presidente minaron al político michoacano.
El pasado 6 de junio Morena, el partido de López Obrador, ganó las elecciones del 2021 y con ello se da paso a una nueva transición, aunque con viejos conocidos por su militancia muy reciente en el PRD.
Sin embargo, el fantasma de una eventual anulación de las elecciones, igual que en el 2011 con Fausto Vallejo, cuando se acusó al crimen organizado de intervenir en las votaciones, hoy se hace presente ante la evidente injerencia de grupos fácticos.
Morena arrasó en La Huacana y Múgica, municipios donde el PRI ganó en 2011; más de un actor político cuestionó los resultados y la impugnación presentada por el PAN llevó el proceso hasta el límite: el 14 de febrero de 2012, un días antes de la toma de posesión, el Tribunal Electoral de Poder Judicial de la Federación declaró válidas las elecciones y Vallejo Figueroa rindió protesta como gobernador.
El escenario en este 2021 no es tan diferente al 2012. Los señalamientos son ahora del PAN, del PRI y el PRD como aliados. Alfredo Ramírez Bedolla no la tiene fácil. Quien piense que el morenista ya cuenta con el triunfo en la bolsa, debe recordar lo que ocurrió con la candidatura de Raúl Morón:
Morón se quedó en el camino por algo tan sencillo como no informar respecto a sus gastos de precampaña. Ramírez Bedolla y su equipo enfrentan hoy algo más serio que un informe no rendido al árbitro electoral.
Si la elección para gobernador es eventualmente es anulada, valdría la pena pensar en un gobierno de transición. Sería ideal, que dirigentes de todos los partidos políticos se pongan de acuerdo y pongan fin a la crisis que se vive, Michoacán lo vale, los michoacanos necesitan certeza y la polarización política no abona al bienestar de un pueblo tan lastimado por la inseguridad, la pobreza y la indiferencia federal.