La venta de niñas en las montañas de Guerrero no es una excepción ni es sinónimo de pobreza y menos un tema culturizado con...
Por: Rosamaría Sánchez Rincón
Morelia, Michoacán.- En una de sus declaraciones más retrógradas y viles, Andrés Manuel López Obrador afirmó que la venta de niñas en Guerrero, “puede ser la excepción, pero no la regla”. No, presidente. Es una regla y no solo en Guerrero, Oaxaca o Chiapas, donde las comunidades indígenas tienen grandes raíces, sucede también en Michoacán.
Disfrazada de 20 cosas, la trata de niñas y mujeres es uno de esos secretos a voces que todo el mundo calla por vergüenza, por miedo o por indiferencia. En este mundo de locos, donde más de alguno carga la beretta y donde los tiroteos ocurren en avenidas tan selectas, comerciales y transitadas como la Enrique Ramírez, meterse en ese tipo de temas es arriesgar la vida propia y la ajena. Pero existe, presidente.
Y es, además, una indignante actividad que se ha reforzado y encumbrado en los últimos años, más a raíz de la pandemia; sólo en Michoacán, de acuerdo a cifras difundidas en medios por la Fiscalía del Estado, se habla de al menos un 20 por ciento de incremento y eso es poco, porque siempre siempre, en temas de seguridad, la cifra negra es muchísimo mayor.
¿Tiene dudas, presidente?, échese una vueltecita a Morelia, no recorra las comunidades indígenas que jura conocer tanto y a las que denigra diciendo que todos les echamos la culpa de todo sólo “por ser pobres”. No hay más vileza en su declaración, porque no es más amplia.
La venta de niñas en las montañas de Guerrero no es una excepción ni es sinónimo de pobreza y menos un tema culturizado con enfoques clasistas o racistas.
Prevalece con distintos nombres como esclavitud, prostitución explotación sexual, trabajo o servicios forzados; explotación laboral; mendicidad forzosa, uso de menores en actividades delictivas; adopción ilegal; matrimonio a la fuerza o servil y tráfico.
El caso de Angélica, vendida a los once años a un hombre, adultos, por 126 mil pesos y varios animales de granja para obligarla a casarla con el pedófilo ese, que luego se largó Estados Unidos y que la dejó “al cuidado” de su familia en un “hogar” donde fue esclavizada y abusada sexualmente, es uno de miles y los puede usted conocer y reconocer en las calles y cruceros, en los hospitales a donde llegan las chiquillas a parir o media muertas de las chingas que les ponen.
Cuatro años después de haber sido vendida, Angélica logró escapar de la familia de su “marido” y su historia cimbró al país cuando se conoció, cuando se supo cómo su suegro ordenó que la detuvieran porque él ya había pagado por ella y cómo la Policía Comunitaria no sólo detuvo a Angélica sino también a su abuela y a su madre, a ésta última la golpearon tanto y tan fuerte, que le provocaron un aborto.
La historia de Angélica es la vida de su madre y de su abuela y es el futuro que le espera a sus hermanas menores, condenadas a matrimonios forzados, delitos maquillados en el nombre de los usos y costumbres indígenas, esos que el presidente ha defendido minimizando un delito grave y vergonzoso.
Así, de a poco en poco, los otros datos del presidente siguen matando a cuentagotas a nuestro México. ¿Hasta cuándo, pueblo?